Por Antonio Rojas Gómez
Esta es la segunda novela del autor, un periodista destacado, que fue director de diarios regionales, y ahora, retirado de las lides informativas, ha volcado su interés en la literatura. Pero resulta necesario advertir que si bien Ortiz-Alfaro dejó el periodismo, el periodismo no lo ha dejado a él. Este libro le llega al lector, más que como una novela, como una larga crónica sobre la ciudad de Santiago, y lo difícil que resulta para personas golpeadas por la existencia, sobrevivir en ella, como en cualquier otra gran ciudad, en este primer cuarto del siglo XXI.
Cinco son los personajes del libro: Darío, Beatriz, José Manuel, Marianela y César. El narrador los menciona a menudo. Siempre en el mismo orden. Parte informándonos que “se trataba de cinco seres humanos que habían coincidido, en momentos cruciales de sus vidas, en encontrarse al residir en un mismo edificio y no solo eso, sino también en avecindarse en un mismo piso en una céntrica construcción de altura en Santiago de Chile” (Págs. 11 y 12).
Luego nos entrega alguna información sobre lo que le ha ocurrido a cada uno de ellos, es decir, los infortunios que han padecido y que los han llevado a ser personas solitarias, desencantadas, con una amargura profunda que, sin embargo, se niegan a que salga a flote y se esfuerzan en disfrazarla con la falsa alegría que despiertan el vino, las charlas intrascendentes y el ocultar los auténticos sentimientos tras un positivismo cuidadosamente establecido y manejado por todos y cada uno de ellos. No por nada desde la portada sabemos que en el piso 13 está “prohibido hablar de muerte”. Tal es la frase que leemos bajo el título.
El único hablante de la novela, el narrador, el que cuenta la historia, es el autor, que maneja a los personajes, sobre los que conoce todo cuanto les ha sucedido y les sucederá. Vale decir, un narrador omnisciente en el más amplio sentido del término. Y por cierto este decir, así como el dejar de decir, aleja al lector de los protagonistas, puesto que nunca los ve actuar. Solo escucha lo que alguna vez les sucedió y debe dar por sentadas sus reacciones íntimas ante aquellos aconteceres. Ninguno de ellos habla en primera persona. Son muy escasas las veces en que los escuchamos dialogar.
Esta forma de narrar es más propia de un periodista que de un novelista. Pero eso no debe entenderse como un defecto. Simplemente es la constatación de un hecho que no desmerece al autor. La crónica es otra forma de expresión, que tiene tantos o más lectores que el cuento o la novela, y que ha sido reconocida por la academia. No olvidemos que la periodista rusa Svetlana Aleksándrovna Aleksiévich fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2015.
Daniel Ortiz-Alfaro aún no está maduro para el Premio Nobel, pero en este libro nos entrega una crónica animada sobre la ciudad de Santiago, con sus leyendas y misterios (Pág.99), que satisfará a quienes se adentren en sus páginas, pues conocerán, más allá de las desventuras de los cinco personajes, las historias de la Quintrala y el Cristo de la iglesia de San Agustín, con la corona de espinas alrededor del cuello; la mansión Mujica, de avenida Grecia con San Eugenio, que fue arrasada por un violento incendio y en la que murieron trágicamente el propietario, su esposa, una empleada, supuesta amante del propietario, y un niño, presunto hijo de ambos; el primer exorcismo realizado en la ciudad a Carmen Marín, en la segunda mitad del siglo XIX; y finalmente, la historia fantástica de Jaime Galté Garré, destacado abogado del siglo XX, quien es recordado como el médium más reputado en la historia de Chile, en quien se encarnaba un médico suizo alemán, el doctor Halfanne, quien sanó a notables personalidades del acontecer nacional.
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“Piso 13. Prohibido hablar de muerte”, Daniel Ortiz-Alfaro, novela
Made in United States, Orlando FL, 129 páginas.