septiembre 3, 2025

Festivos, entusiasmados y enardecidos

Por Rodrigo Reyes Sangermani

Es curioso esto del fenómeno de las Fiestas Patrias, lo reconocen hasta los extranjeros avecindados en Chile. Es difícil encontrar en otras latitudes el clima que genera la celebración de la fiesta nacional como sucede en nuestro país. Pero claro, sin duda existen fenómenos festivos en otras partes, incluso mucho más significativos y quizás más esperados, como los son, por ejemplo, los variopintos carnavales del inicio de cuaresma en Nueva Orleans, Brasil o Venecia, o las innumerables fiestas locales realizadas en las comarcas europeas vinculadas o no a tradiciones religiosas o paganas. Pero fiestas como las del Dieciocho en Chile son realmente únicas.

Y por ser únicas estas fiestas, no me refiero necesariamente a la calidad de su significado simbólico, muchas veces extraviado del verdadero sentido de la Independencia, ni especialmente por estar dotadas de una gran calidad estética ni porque que, tras el supuesto espíritu de chilenidad, palpite con alguna sinceridad un fuerte carácter de cultura identitaria, tampoco porque sirva para amalgamar nuestras diferencias endémicas y emergentes de la política o la ideología, o que disimule nuestra histórica incapacidad de ponernos de acuerdo casi desde el momento mismo de la emancipación, sino más bien, cuecas más o cuecas menos, ramadas más o ramadas menos, se trata de una fiesta donde la comida, el alcohol y la sensación de desenfreno altera el ánimo de la ciudadanía por semanas, por supuesto desde mucho antes que lo declare la formalidad del calendario. 

Tanto es así que a veces se ha debido legislar para reconocer la ampliación tradicional de estos festejos entregando un día más en la semana, en la que, para ser francos, se trabaja poco; en un mes donde se trabaja poco; en un país donde se trabaja… poco, y si no se trabaja poco, se trabaja mal. No es que quiera hacer una defensa a la cultura del trabajo, a aquella que definía Max Weber como propia de la ética protestante y del espíritu del capitalismo._No, por el contrario, si hay algo que me gusta de estas fiestas es que efectivamente sinceremos nuestra espontánea y aunque esporádica vocación fiestera, pero que oculta, a modo de contraste, la vida oscura, plana, descolorida que los chilenos tenemos el resto del año, y además, de no ser capaz de asociar estas fiestas a un sentido que nos de mayor identidad o contenido, acaso tan necesario en un país que a veces se siente perder el rumbo entre la desidia, la indiferencia y la cancelación.

Aún no termina agosto, y ya empieza a sentirse en el ambiente la proximidad de las Fiestas Patrias, y no precisamente porque recordemos las tensiones de nuestra Historia, el sentido real de la Junta de Gobierno presidida por Mateo de Toro y Zambrano en el Cabildo Abierto de 1810, o los fallidos intentos constitucionales de la Patria Vieja, o los pormenores del desastre de Rancagua y la huida de los patriotas allende la cordillera; el rearme de los libertadores y las diferencias entre San Martín, O’Higgins y Carrera, don José Miguel; la abdicación del padre de la Patria o los conflictos sempiternos con Ramón Freire en los tiempos previos a los gobiernos conservadores de Prieto, Bulnes y Montt; o alguna preocupación especial por el rol de Portales en la formación de su estado “en orden”, o los intentos liberales de los gobiernos de Pérez, Errázuriz, Pinto o Santa María… y Balmaceda, que muere precisamente un dieciocho de septiembre hace 134 años… No, estamos pensando en los precios de la carne para el asado, en tomates y cebollas, en encargar a tiempo las empanadas y proveerse de buen vino.

No está mal, pero es poco. 

Con buen ojo para los negocios, en esos somos hábiles, antes de tiempo comienza el comercio a inundarse de motivos tricolores; se instalan fardos de paja en las botillerías de los supermercados, las guirnaldas recorren los cielos de las carnicerías, la música ambiental se llena de cuecas y tonadas y la publicidad en televisión se da maña para exhibir comerciales especialmente preparados con temas patrios y la cita inevitable de la proximidad de tan esperados festejos. 

Algunos comienzan a preparar sus salidas al sur o a la playa, a reservar sus entradas para las clásicas fondas con reguetones y cumbias, o a preparar el ritual republicano de la Fonda Oficial con presidentes bailando con alcaldesas o primeras damas, los militares desfilando por la elipse del Parque O’Higgins con la misma gallardía que titulan los diarios por décadas, con soldados de penachos prusianos y marchas alemanas; novios besándose detrás de los árboles, chiquillos encumbrando volantines en Chena y padres durmiendo la mona sobre el pasto; los disfraces de huasos, chinas, chilotes y diablos se agotan, los actos en los colegios vuelven mil veces por los mismos temas de trotes y trastraseras, y en las oficinas, el día anterior a cualquier feriado se preparan cócteles y asados, no trabaja nadie, donde quizás hasta la Dóroti se empina una copa de chicha en horas de oficina. 

Estas Fiestas me encantan, aunque parezca contradictorio, pero no me gusta su cinismo, desparpajo y sin sentido, la liviandad con que tomamos una fiesta que podría significar algo más que un choripán y un pie de cueca, pero que no alcanza sino sólo para dar rienda suelta a nuestras ataduras endémicas, grises y opacas que nos visten todo el año y que, como un haz de luz que encandila sorpresivamente entre las nubes de un día de lluvia, nos convierte circunstancialmente en festivos, entusiasmados y enardecidos ciudadanos inconscientes de su circunstancia y quizás como nunca tanto, ignorantes de su destino.

Buena caza.

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