Por Amelia Donoso.
En esta oportunidad, en este espacio para conocer un poco más en profundidad a los/as integrantes de Letras Laicas, conversamos con Martín Faunes, escritor, poeta, psicólogo social y maestro. Premios Municipal de Santiago, Juegos Literarios Gabriela Mistral 2019, de Novela del Consejo Nacional del Libro y la Lectura 1998, premio concurso “Tenemos Cuento: La Universidad de Santiago en 165 palabras“, en dos oportunidades premios otorgados por el desaparecido Diario La Época, premio del Concurso de Cuentos Revista Paula 2004, y varios otros.
Martín cuéntenos algo de su infancia, dónde creció, estudió. Cómo es su familia de origen y la que usted construyó.
Nací en Santiago, pero nos fuimos a vivir a La Serena cuando yo tenía sólo 4 años, sin embargo, debí pasar por períodos prolongados en la casa de mis abuelos maternos en Santiago, porque el clima de La Serena me hizo mal. No obstante, eso no sólo fue bueno sino excelente, porque en Santiago, mi tata –mi abuelo materno– me nombró su “socio” y fui su “colega” fabricando muebles de estilo en un taller al fondo de su patio. Él era un profesor que ya estaba jubilado de una escuela de tipo industrial con la especialidad de mueblería fina. Pero él era además de ebanista un poeta que a pesar de ser un trotsko declarado, colaboraba activamente por los años 50 en lo literario y artístico del diario El Siglo, de tendencia estalinista.
En su barrio, donde había inmigrantes de muchas partes del mundo, a él lo llamaban “el bachicha de la boina”, porque su segundo apellido era Rocco, sin embargo, no tengo claro de dónde vinieron realmente sus padres. Pero me parece más importante contarles que en su casa de la calle Condell, construyó una buhardilla donde alojó a Ciro Alegría, autor de EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO, quien debió vivir exiliado en nuestro país durante unas de las tantas dictaduras peruanas. Se dice que en esa buhardilla habría escrito parte de ése famoso y premiado libro suyo, cuya epopeya de los expulsados de sus tierras a mí en mucho me ha inspirado. En esa mansarda mantuvo también “alojado” al poeta César Godoy Urrutia, líder del PC en la clandestinidad, a causa de la persecución de Gabriel González. Ese abuelo mío materno a quien tanto quise, me enseñó a escribir y a contar cuentos, así como también a adorar las maderas nobles y a fabricar muebles hermosos. Su nombre era Ángel, y su apellido paterno era Amigo”, pero al parecer, habría sido alguna vez “Amigot”. Mi sociedad con él, terminó cuando fui operado de las amígdalas y ya no tuve problemas con el clima de mi ciudad.
Mis abuelas, eran todo lo contrario, una era profesora de clara raigambre talquina, la conocí cuando aún era directora de la Escuela 113 de la calle Condell donde vivían. En cuanto a la paterna, había nacido en Tacna, cuando esa ciudad era chilena.
Mis padres eran ambos profesores, mi padre de matemáticas, mi madre de castellano. Se conocieron en la Escuela Normal Abelardo Núñez y terminaron sus estudios en el Pedagógico. Mi madre era una mujer muy adelantada sobre la cual o inspirado en ella, he escrito varias historias con protagonistas femeninos. Mi padre fue director de liceos y de facultades universitarias. Le correspondió ser el último rector de la Escuela Normal, la misma donde había comenzado sus estudios profesionales. En ese cargo lo sorprendió el golpe de estado y fue llevado preso al Estadio Chile junto a los directivos de su escuela y de la Universidad Técnica del Estado. Era masón, pertenecía a la Logia Luz y Esperanza de La Serena. Tuvo una carrera política importante en ésa, que era nuestra ciudad donde viví con intervalos, como ya lo he dicho, hasta que vine a Santiago para estudiar a la universidad, dejando atrás a mis amigos y compañeros, y a bellas compañeras y amigas, pero ni a ellas ni a ellos nunca los olvidaré. Pasé en La Serena mi niñez y mi primera juventud, etapas en que como es lógico, me marcaron tan fuerte que me considero un serenense. De hecho, fui de los fundadores y presidí por varios años la que llamamos Corporación La Serena Dieciséis de Octubre que está ahora a cargo de Casa de Piedra de La Serena, un sitio de memoria que fuera el cuartel general de la CNI, que es como la Villa Grimaldi de Santiago.
Tuve dos hermanos. Uno de ellos, un gran ajedrecista, cuya vida no tuvo grandes sostenidos ni bemoles, murió hace algunos años. El otro, un abogado joven que dirigía a un grupo de colegas suyos que defendía a los soldados de la FACH opositores al golpe. El apareció colgado afuera del recinto de la FACH en el aeropuerto Cerro Moreno de Antofagasta. Su muerte nunca quedó muy clara, sin embargo, él, que estaba convencido que las FF.AA. chilenas eran constitucionalistas y que jamás se prestarían para dar un golpe, y mucho menos para establecer una dictadura, al ocurrir todo lo contrario, estaba pasando por una honda depresión.
Por mi parte vivo y estoy casado desde hace ya muchos años con mi primera y única esposa. Una mujer artista, integrante y una de las fundadoras del Grupo Mazapán, con quien tenemos un hijo ingeniero, uno músico, y una bióloga especialista en neurociencia, los tres con grado de doctores. Ellos, a su vez nos han premiado con un nieto y tres nietas. Declaro de manera solemne que con ellos y mi mujer somos realmente felices, a pesar de que nada nos ha resultado fácil. De hecho, tanto ella como yo somos y nos consideramos sobrevivientes de ese tiempo sombrío que comenzó en 1973, al cual nos opusimos.
En cuanto a mis estudios, los realicé en la Escuela Superior Mixta Número Diez de La Serena, y continué en el Liceo de Hombres de esa ciudad, para después venir a Santiago a estudiar Ingeniería en la Universidad Técnica del Estado, desde donde “debí salir” a consecuencia del golpe y la dictadura. Posteriormente pude a mi vuelta volver a lo académico y estudiar Pedagogía en la Universidad de Playa Ancha, y Psicología Social en la USACH donde obtuve el grado de Magister. Paralelamente, hice otros diplomados relacionados con literatura, cine, pedagogía, historia y manejo de drogodependencia.
¿En qué momento observó, se aproximó y finalmente chocó con la creación literaria?, ¿tiene referentes de este mundo?
Al respecto hay un larga entrevista hecha por la académica María Lorenzin, producto de un estudio que ella hizo sobre mis trabajos, publicada en Espéculo, Revista de estudios literarios, Universidad Complutense de Madrid, 2021[1].
Mi primer maestro, como ya adelanté, fue mi tata, de quien aprendí que si quería contar o escribir algo, no podía obligar a la gente a que me escuchara o me leyera, sino debía ser tan entretenido como para que desearan escucharme o leerme, él era capaz de contarnos un cuento inventado mientras lo iba contando, el que construía en base a las preguntas y las acotaciones que íbamos haciéndole con mis primos, acerca de un conflicto que nos empezaba a narrar sin perder el hilo. Nos decía, por ejemplo, “fíjense que hubo un tremendo terremoto, y un niño…”, y nosotros queríamos saber y le preguntábamos “¿dónde?, y ¿qué pasó con ese niño? “bueno ayúdenme, qué pudo haber pasado…” Es la misma técnica que posee mucho de la mayéutica socrática que hoy ocupo en mis talleres literarios o de cuentacuentos, e incluso en mi trabajo con gente con problemas con drogas, ludopatías y otros que, en base a preguntas a veces sutiles, pueden ir sacando afuera lo que por ahí poseen oculto en la mente.
El segundo, fue un profesor bastante oportunista que, mientras era su alumno de cuarto básico, me escogió, por la buena letra que entonces tenía, junto a otros tres compañeros, como “ayudantes escribientes” de unas historias que “descompilábamos” desde revistas de historietas norteamericanas traducidas en Mexico que él nos traía. Se trataba de describir la escena dibujada, y tras un guion, escribir lo que aparecía en los “globos” de diálogo. Las revistas eran de terror y de gánster. Tras “nuestra escritura”, el profesor Milla las retomaba y creaba con ellas radioteatros que con un grupo de actores dramatizaba a las diez de la noche “en vivo” en la Radio “La Serena” de La Serena. “Horror en la noche” se llamaba su programa para gente grande. “Escribí” tantos de esos guiones copiados de revistas que empecé después a inventarlos yo mismo escribiéndolos para mis compañeras y compañeros con temas más propios de mi edad, aplicando las técnicas orales que había aprendido de mi tata, y otras captadas de aquellos “paperback writer” de las historietas de los 50 y 60, donde el conflicto y su desenlace era siempre lo más importante.
Después, ya con bastante oficio, tuve en mi liceo de provincia la suerte de que mi profesor de castellano fuera, nada menos, el poeta y ensayista Alfonso Calderón (Premio Nacional de Literatura), a quien me correspondió reseñar en el libro VEINTISÉIS ESCRITORAS Y ESCRITORES MASONES DE CHILE. Él me pulió, me mostró mucha literatura y me enseñó a crear poesía, y además, a dar belleza.
Finalmente, ya universitario, descubrí a Cortázar y a Borges y me involucré en los caminos y sendas en círculos y en la locura de las obsesiones. Junto a Rayuela de Cortázar, conservé también siempre algún libro de Borges donde apareciera “Funes el memorioso”, capaz, si existió ese tal Funes obsesivo, pudo haber sido alguno de mis parientes. Por qué no. Aprendí también mucho de Rulfo y de su Llano en llamas. Rulfo, es una prueba inequívoca de que se puede narrar a los marginados sin olvidarse de la belleza y sin caer en textos obvios ni panfletarios. De Jorge Teillier aprendí a soñar con lugares y con la recursividad del amor y del placer. De Teillier saqué también eso de soñar con lugares añorados en medio de los sueños. Muertes y maravillas es un libro de verdad maravilloso que debiera ser de lectura obligatoria, aunque con esto me vaya a contradecir con ideas que expondré más adelante.
En cuanto a la no ficción, género que con mucho amor cultivo, mi maestra fue y es la historiadora María Angélica Illanes Olave, quien ha sido desde muchos aspectos la responsable por el contexto histórico de lo que en este campo he realizado. Con ella creamos el Colectivo “Las historias que podemos contar” que nos ha permitido editar 5 libros de no ficción sobre memoria histórica, que fueron hechos en base a una página web vigente en la red desde más menos 1997[2], uno de ellos fue editado en Venezuela hace unos 15 años atrás. Ellos quisieron hacerlo con el propósito de que por allá se conociera en lo profundo qué es una dictadura, y cuál es el daño que en la gente provoca.
¿Cuándo nace su primer libro y cuántos a la fecha han sido publicados? ¿Tiene algún elemento que cruza su creación?
Nace tardíamente, porque previo a la dictadura, me comprometí con la lucha por la causa y la dignidad de los pobres, y después por aquella de la resistencia. Pero, aunque nunca dejé de escribir no se podía publicar sino sólo literatura light, y lo mío no es ni será light. Así pues, tras empezar a aparecer en antologías por premios ganados, y en revistas y diarios contestatarios, mi primera publicación la realizó la Editorial Cuarto Propio y data de 1992, se llamó “Tranvía Equivocado”. Un libro que dediqué a la escritora y dramaturga Isidora Aguirre que fue también una de mis maestras, y me avergüenzo de no haberla mencionado antes. Tranvía Equivocado es un conjunto de relatos donde se destaca el premiado cuento “Urracas y Zorzales”, que fue ampliamente elogiado, en especial por el crítico Ignacio Valente, una persona de marcada tendencia derechista que, a pesar de eso, lo nombró entre los mejores cuentos de ese año a pesar de que allí se narra la historia de un médico de aquellos que la dictadura ocupaba para mantener vivos a quienes se torturaba para así tener la oportunidad de sacarles más información, y tras morírsele un “paciente”, paga por a una proxeneta por una muchacha para abstraerse de ese episodio. Dicho todo esto, he publicado unos 15 libros entre ficción y no ficción.
Usted señala que los escritores son historiadores informales, ¿puede profundizar en esto?
Los escritores y los artistas en general, vivimos en una sociedad de la que no somos ajenos, y querámoslo o no, lo que en ella esté sucediendo, de muchas maneras permeabilizará nuestra creación, la que además se empapará con aspectos de nuestros valores. De hecho, sin que se menosprecie el papel que los historiadores cumplen, se sabe más de la sociedad ibérica en tiempos del Quijote, gracias mayormente a Cervantes que a los historiadores que allí entonces debió haber. Así mismo, por los escritores rusos se conoce cómo era y funcionaba la Rusia de los zares, y tal vez, sin Picasso y su Guernica, no podríamos siquiera imaginarnos cómo fue el nivel de crueldad el bombardeo sobre la sociedad civil de ese pueblo del País Vasco. Así también, en nuestro país, una gran parte de lo que se sabe sobre qué fue de nuestras vidas y qué pasaba durante la dictadura aparece en el informe Rettig, pero en él, así como en los tratados históricos, hay nombres, fechas y cifras, y eso es importante de estén, mas no hay allí sentimientos. Los sentimientos los han puesto los artistas que lo hemos observado de manera directa o indirecta. En Las historias que podemos contar, que se llama “podemos contar”, porque fuimos en algunos casos testigos directos o investigamos a quienes lo fueron, y al final de cada historia de vida narrada, citamos lo que al respecto publicó el informe Rettig. Pero lo digo mencionando en nuestro caso a la dictadura porque es el fenómeno social más importante de nuestra contemporaneidad. Haciendo notar que, si un artista hubiera vivido el incendio de Valparaíso, esta experiencia no le habría podido ser indiferente y con seguridad esa obra se habrá empapado de lo vivido. Esto es sólo por mencionar cosas duras y fuertes, pero también otras más simples ya sea bellas o ingratas, permeabilizan también el arte, por ejemplo, la llegada del hombre a la luna, los triunfos en fútbol, o cuestiones aún menores como la aparición de Los Beatles o la nueva canción chilena. Bueno, pero ya que como en nuestra creación no posee la rigurosidad de lo historiográfico ni se pretende que la tenga, entonces somos sólo historiadores informales de nuestra contemporaneidad.
Martín, ¿Qué significa ser un libre pensador?
Sesuda pregunta. Diré sólo que es quien no acepta por respeto, tradición u otros, una presunta verdad que es “presunta” porque no está comprobada, sobre todo si ella intenta orientar hacia algún modo de vida sustentado por verdades reveladas o dogmas, ya sea que hayan sido expuestas por personas comunes o seres sobrenaturales. El libre pensador adherirá a sólo aquello que pueda ser comprobado, aceptándolo en el ejercicio de su libertad de pensamiento. Eso es en síntesis, pero hago notar que hay miles de millones de personas que actúan de esta manera que es sana, y que tal vez no se han dado cuenta de que su actuar los convierte en libres pensadores.
Si se piensa o cree que la literatura tiene algún desafío, ¿Cuál o cuáles serían éstos?
Desde el punto de vista del lector o del espectador, se debe considerar que, la literatura, así como en el caso de todas las artes, ellas no han sido ni serán realizadas para masoquistas. Nadie puede pretender por eso que, porque se pinte un cuadro o se escriba un poema, o porque quien nos lea sea un amigo, lo hecho por el artista va a ser obligadamente leído. En el caso de la literatura, si el primer párrafo de un cuento nos es suficiente bueno y no despierta el interés del lector, éste irremediablemente lo abandonará y no debiera tener ningún escrúpulo de hacerlo. En el caso de una novela, si a la mitad del primer capítulo al lector no lo convence éste abandonará el libro. Y punto. Dicho esto, el desafío de la literatura es entonces, más allá del IVA del libro, el costo de las imprentas, la mezquindad de los editores y la de los dueños de librerías, todos los cuales son en efecto desafíos, el desafío mayor y más importante de la literatura, por ende, de los escritores, es lograr que las vísceras de quien escribe se unan a las del lector desde los primeros renglones emocionándolo. En otras palabras, hay que ganarse al lector.
[1] https://fac.flinders.edu.au/dspace/api/core/bitstreams/1dd7242e-9807-4ff6-9bfa-904504ae75ab/content
[2] https://www.lashistoriasquepodemoscontar.cl/