octubre 29, 2024

“Viaje al Japón” de Rudyard Kipling

Por Blanca Carrasco (Plumita Rota)

Con solo el título de este libro, Kipling revela ya su temática, y el lector con cierta curiosidad hacia este país asiático ya sea por su historia, tradiciones o por cultura general, feliz lo tomaría en sus manos y se lo llevaría a casa para convertirlo en su próxima lectura. Sin embargo, no se puede inferir a primera instancia, si el relato contenido es real o ficticio. Además, ¿qué importa eso en literatura? Un relato bien escrito siempre envolverá al lector, pero cuando de aventura se trata – y este es un libro de viaje– debe contar con curiosidades, algo de drama y misterio para que la experiencia del lector “sin moverse de su sillón” sea más completa. Muchos autores han escrito libros de viajes. Un ejemplo de ello es el reconocido poeta japonés del siglo XVII, Matsuo Basho, quien en 1689 (300 años antes que Kipling) inicia un viaje de peregrinación por Japón durante dos años y medio. Basho relata lo vivido en todos “sus encuentros” ya sea con árboles, animales, templos, montañas, plantas, es decir: sus vivencias en forma de haiku (estilo de poesía japonesa) que, para describir en pocas palabras, es una especie de instantánea, una captura del momento o más bien; de “poesía vivida” tal como la describe Octavio Paz, quien además tradujo esta obra “Las Sendas de Oku” en 1957 junto a su amigo Eikichi Hayashiya.

 Dejemos a Basho por ahora y concentrémonos en Kipling, quien publica este libro “Viaje al japón” en 1904. Kipling contaba con 24 años cuando en 1889 comenzó un viaje por Asia y que culmina en Japón. Durante esos años, Japón estaba envuelto en profundos cambios políticos, sociales y culturales. Un país que hasta tan solo 35 años atrás era gestor de su propia autonomía y gobernanza, sin embargo, el acecho imperialista occidental no les era desconocido. Para los japoneses de aquella época, EEUU fue, para algunos su verdugo y para otros su salvador. Este país extranjero forzosamente les impuso la “modernidad” argumentando –entre otras cosas– mejorar su economía. Sin embargo, tantas bondades no fueron garantía para todos, trayendo desavenencias y desorden interno. Kipling escribe esta experiencia de viaje por Japón a través de la boca de un periodista –clara autorreferencia a su propia profesión– quien viaja junto a un profesor británico y una cámara fotográfica siendo su primara parada la ciudad-puerto de Nagasaki. Allí permanecerían tan solo unas doce horas antes de emprender su próximo destino, la ciudad-puerto de Kobe. Cuando el narrador describe ambos lugares, el autor expresa –ya en las primeras páginas– un conflicto a través de la discrepancia de opinión entre ambas ciudades y entre ellos mismos sobre ciertos temas. La narración comienza con maravillosas descripciones del entorno y de las gentes, admirando la limpieza, el orden, las comidas, las formas hasta el extremo de sentirse “salvajes, torpes y de zapatos enlodados”. Antes de comenzar con las amables semblanzas, el narrador recurre a su imaginario orientalista obtenido a través de los libros y revistas. Además, Japón desde los inicios de Meiji, exporta a Europa y a EEUU variados artículos que no solo fueron gusto de la nobleza y altas clases sociales, sino que fueron rápidamente de gusto y adquisición de la creciente burguesía. Todo este ideario contribuye para que el narrador tuviera una primera impresión muy positiva hacia el “País de las maravillas”.  Sin embargo, cuando llegan a Kobe, la consideran tan occidental que hasta los colores de la ciudad eran grises, “una ciudad repulsivamente americana” tal como lo era la ciudad de Portland a la que nuestro narrador, por cierto, solo conocía –también– a través de libros.

Es inevitable –al leer ciertos diálogos– encontrar en esta narrativa ciertos sesgos raciales y de índole supremacista –tanto así que este texto está lleno de referencias de términos ingleses utilizados en la india colonial– Y digo inevitable ya que estamos en el siglo XXI y han transcurrido mucho socialmente. Lo cierto es que a Kipling le es también inevitable ser un hijo de su tiempo y la Pax británica fue siempre su ideal. Nació en Bombay, en la India ocupada por el imperio británico. Hijo de padres intelectuales ingleses pertenecientes al estrato más elevado debido a su condición de “dueños” recibiendo todos los bienes que le podía suministrar un país tan rico como la India; ya sean materiales e inmateriales. Es así como creció y se educó. Gracias a sus criadas su mente imaginativa se fue llenando de historias, de colores y de olores que le transmitían lo local. Y el ideal civilizatorio del Imperio lo recibió tanto en casa como luego en Reino Unido donde lo enviaron a hacer sus estudios a partir de los 6 años. Vuelve a la India con 17 años a trabajar en la redacción de periódico La Gaceta Civil y militar ubicado en Lahore, (actual Pakistán) misma ciudad donde se inicia en la masonería el 5 de abril de 1886 en la llamada Logia Esperanza y Pervivencia N°782. El hecho de que Kipling haya sido masón no es de extrañar para un británico de esos años, pero en la mayoría de sus biografías posteriores, este dato es eludido. Sin embargo, el rico simbolismo y su clara referencia a la masonería en algunos de sus textos es imposible excluir este tan importante hito en su vida, ya que Kipling mantiene su condición de masón hasta el día de su muerte en 1936. Cabe destacar que cuando Kipling hace referencia de sus personajes o en algún acontecimiento a la masonería, no lo hace llenando de alabanzas ni palabras sublimes, lo realiza con lo que se podría decir el más elevado humor británico: irónico, sarcástico y autocrítico, siempre con el chiste encubierto. Desde corta edad, Kipling ya escribió, y desde sus primeras entregas literarias “Cuentos de la Colina” (1887) Kipling gozó de una alta reputación y excelente recepción por parte de todo el orbe británico, logrando ser considerado el escritor oficial del imperio al ser el primer británico en ganar el premio Nobel de Literatura en 1907.

“Viaje al Japón” de la edición 2018 de Editorial Verbum (España) cuenta con 153 páginas. Es una lectura tranquila y llena de bellas imágenes del paisaje y sus gentes, que se contrastan con una dura crítica al proceso de occidentalización al que es sometido Japón desde mediados del siglo XIX. Al final de las páginas los protagonistas hacen un resumen de su viaje, de las ciudades recorridas y de la visión contrapuesta de ambos, y en donde deciden, dejar el “país de los niños” –como le llamaban– para emprender otro viaje; nada más ni nada menos que a EEUU ¿qué habrá querido decir con esto nuestro autor?

Rudyard Kipling, es como dijo Borges alguna vez “después de Shakespeare, el único autor ingles que escribía con todo el diccionario”. Es el escritor del “Libro de la Selva I y II” (1893 y 1894) de “Kim de la India” (1901), “El hombre que pudo reinar y otros cuentos” (1888) y tantos otros. Sea novela, cuento o poesía, lo de Kipling el arte de escribir es sin duda su pasión. Allí plasmó sus vivencias, sus conocimientos, su vida. En 1920 cae en una profunda depresión– que se arrastra desde la muerte de sus hijos– comenzando su declive literario. A pesar de eso, dejó un último escrito publicándose póstumamente y que se tituló “Algo de mí mismo”.

                                                                                                                                         

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